Beisbol, fútbol, Superliga y la batalla contra el tiempo

Ese aborto espontáneo llamado Superliga de Europa evidenció que los mercaderes del fútbol y el beisbol tienen un enemigo en común: el tiempo.  

Fue inevitable evocar a Rob Manfred al escuchar a Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, plantear en una entrevista televisiva la posibilidad de reducir la duración del balompié.

“Los jóvenes dicen que el partido se les hace muy largo. Si ellos dicen que no lo aguantan entero es porque o no tiene suficiente interés en ese partido o a lo mejor habría que acortar los partidos. No lo sé”, dijo Pérez en el programa español El Chiringuito, mientras preparaba el ajuar para su criatura, la Superliga. Un torneo excluyente que se desintegró antes de nacer. Fue una réplica casi exacta de los planteamientos formulados por el comisionado de Grandes Ligas, otro que se desvela con dos relojes: el mecánico y el biológico.

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Al parecer, los grandes empresarios del fútbol y el beisbol han identificado el mismo patrón. Como Florentino Pérez, Manfred y sus colaboradores en Major League Baseball han expresado la necesidad de acelerar los encuentros de Grandes Ligas (reloj mecánico), porque a las nuevas generaciones (reloj biológico) les hastía sentarse tanto rato a ver lo mismo. Hablamos de gente que, por la naturaleza de su labor, nunca da puntada sin dedal.

Vamos a decirlo de otra forma: la cruzada de Manfred para encoger los juegos de pelota no es caprichosa. Obedece a un patrón de consumo global que él, como comerciante de un producto, no puede permitirse ignorar. Si en verdad los jóvenes no aguantan noventa minutos de fútbol, como aseguró el presidente galáctico del Madrid, ¿qué quedará para el beisbol y su duración ilimitada, que suele demandar, como mínimo, tres horas de atención?

Al igual que le está pasando al fútbol, según Florentino Pérez, el beisbol ha visto envejecer sus audiencias. Y no son los viejos, sino los jóvenes, los compradores del mañana, los que irán elevando su poder adquisitivo, los que transmitirán sus gustos, preferencias y tendencias de consumo a sus hijos para que la rueda dentada de la economía siga girando mientras exista humanidad.    

Intereses compartidos

Es de suponer que en las altas esferas del fútbol y el beisbol hay vasos comunicantes y se intercambia información. Sin ir muy lejos, John Henry, el propietario de los Medias Rojas de Boston, también es dueño del Liverpool, actual soberano de la Premier League. Así que hay amenazas e intereses compartidos por ambas industrias.

Después de todo, las grandes ligas del fútbol y el beisbol forman parte del mismo segmento dentro de la enorme galaxia del entretenimiento: el divertimento deportivo. Y si sus materias grises han hecho diagnósticos similares que apuntan hacia la extensión del juego como un peligro para la sustentabilidad del negocio es porque han estudiado a fondo el mercado con el cual se enriquecen.

Haríamos bien en prestarles atención en vez de despacharlos sin más con el argumento de “solo les interesa el dinero”. En efecto, es lo que les interesa. El asunto es que, sin plata que incentive, no existiría el deporte profesional que tanto apasiona a quienes no viven de él, pero se desviven por él. Por eso, el público debe prepararse para los cambios que vienen, pues son inexorables.

Las preferencias de los nuevos compradores son contradictorias. Les aburren hora y media de vertiginoso fútbol europeo y tres horas de fascinante beisbol de Grandes Ligas, mas pueden pasar seis horas absortos en Twitch mirando a cualquier pelafustán tornado en celebridad ganar o perder en un videojuego. Así son las cosas. Este tipo de veleidades deben asimilarlas los gestores de la industria deportiva para que se lleven su producto del anaquel.

“A veces no entendemos a nuestros hijos”, dijo Florentino Pérez. Míster Manfred ya se adelantó a comprenderlos. Con algunos de sus mimos, como la infausta regla panamericana, hasta los sobreprotege. Eso sí, sabe lo que hace para salvaguardar sus intereses y los de su negocio. Como todo hombre pragmático, y se requiere pragmatismo para sobrevivir en la jungla del dinero, a Manfred le importa menos el cómo y más el qué.